miércoles, 23 de febrero de 2011
domingo, 20 de febrero de 2011
CONFIDENCIAS DE UN PROFESOR DE MATEMÁTICA
Recuerdo con nostalgia, como si fuera ayer, una de mis primeras experiencias de cálculo numérico ocurrido por el año 1968, fecha en que llegué a Lima. Un estudiante de filosofía de la Universidad de San Marcos que vivía y trabajaba en el mercado de autopartes “San Jacinto” se divertía proponiéndonos a los niños el siguiente truco matemático: “Piensa un número, multiplícalo por dos, auméntale diez, sácale la mitad, réstale el número pensado”. Decía luego ¡yo sé cuanto sale!; y anunciaba campante: ¡Sale cinco!.
Cuando esto ocurría nos parecía un acto de magia o que el referido “Moco”, que era el apelativo del joven, tenía un cerebro superdesarrollado capaz de leer la mente, pues a pesar que cada uno de nosotros habíamos pensado diferentes números, a todos nos salía la misma respuesta.
Cuando esto ocurría nos parecía un acto de magia o que el referido “Moco”, que era el apelativo del joven, tenía un cerebro superdesarrollado capaz de leer la mente, pues a pesar que cada uno de nosotros habíamos pensado diferentes números, a todos nos salía la misma respuesta.
Cierto día, luego de mucho cavilar, descubrimos el acertijo; los niños radiantes de alegría fuimos en busca de nuestro amigote para anunciarle que habíamos descubierto el truco, luego de escucharnos el referido Moco saltó de alegría, nos tocó las cabecitas a cada uno y nos propuso otro problema.
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